jueves, 11 de enero de 2018

La vida humana colectiva como análoga a la vida humana individual

La vida humana tiene tres dimensiones, según Ortega. Son las dimensiones de lo individual, lo interindividual y lo colectivo. Estas tres dimensiones de la vida humana tienen una serie de características comunes, representadas por la circunstancia propia de esa dimensión de la vida y el proyecto personal, que es individual, interindividual y colectivo, en cada caso.
La dificultad aparece en identificar el sujeto protagonista en cada situación, sobre todo en el aspecto colectivo de la realidad personal.
A esos sujetos protagonistas de la vida humana se les puede aplicar las ideas de la autenticidad, la vocación, la vitalidad, la ilusión, la felicidad... Mucho más facilmente aplicables a la vida individual que a la vida interpersonal y a la colectiva.
En su momento Ortega señaló que la sociedad puede ser asimilada a la vida personal, siendo la colectividad una intimidad que se manifiesta a lo largo de la historia, y que da origen a la idea de razón histórica, de tanta fecundidad.

El libro titulado "La España posible del siglo XXI", aparecen bien visibles estas ideas, aplicadas a la interpretación de España y sus posibilidades de futuro.
La circunstancia española de fines del siglo XX es de la que partió Julián Marías para realizar el curso, que dio origen al libro. Una circunstancia que parte de la trayectoria completa de la vida de España, y que tiene su primer apoyo en el libro "España invertebrada", de Ortega. Libro publicado en 1921.
A partir de este libro y ese año, Julián Marías analiza el recorrido español del siglo XX, y busca las posibilidades que aparecen en el horizonte, teniendo en cuenta los aciertos y errores cometidos, y los peligros a los que hay que enfrentarse.
El particularismo y la manipulación a la que se somete al español hace que éste lleve una vida desorientada, y no sea capaz de ver claro su futuro.
El curso que he transformado en libro habla de estos problemas y muchos otros, del hombre español de nuestro tiempo, así mismo señala las posibles soluciones.


En los próximos textos voy a mostrar aquellos párrafos en los que se justifican las afirmaciones anteriores:

En su libro más famoso: "La rebelión de las masas", Ortega inicia las ideas de una vida social asimilable a la vida personal:

"La vida es ante todo, lo que podemos ser, entre las posibilidades. Circunstancia y decisión son los elementos radicales de que se compone la vida"

"Todo esto vale también para la vida colectiva. También hay en ella un horizonte de posibilidades y una resolución que elige y decide el modo efectivo de la existencia colectiva. Depende del tipo de hombre dominante en ella; en nuestro tiempo el hombre-masa. Pero esos países viven sin proyecto, al día..."




"La función primaria del organismo pleno es la secreción de ilusiones y nada en el mundo es tan difícil de inventar que un ideal o un deseo... Con las naciones pasa lo mismo que con las personas, con sus deseos o ilusiones". Ortega. Nuevas Obras Completas. Tomo VIII. p 51.

"El hombre es una extraña realidad que incluye en sí misma una teoría, una interpretación de sí mismo. Yo no puedo vivir más que entendiéndome como tal persona que quiero ser. Hay una teoría intrínseca que forma parte de la realidad de la vida humana. Es lo que en formas técnica, superiores y más complejas resulta ser la metafísica. Pero en todo caso, aún en la forma de vida más primitiva y elemental, es una función absolutamente necesaria: sin ella no es posible.
En la vida colectiva, en la vida de los pueblos, esa teoría intrínseca tiene un carácter orgánico, un carácter institucional, el tipo que sea. La Universidad ha sido precisamente el órgano de la teoría intrínseca de la vida colectiva en los pueblos de Occidente. Es el órgano de la transparencia y, por tanto, de la proyección".
Julián Marías. Cinco años de España. La Vanguardia "Órgano de transparencia" 29 03 1980.


Un resumen de la ideas de Julián Marías sobre la sociedad y su analogía con la persona, en su libro "Persona". Madrid. Alianza Editorial. 1966:

Toda comunidad humana tiene memoria, historia, anticipación o expectativa, en suma, argumento. Lejos de ser simplemente presente, y por tanto íntegramente real, consiste en tensión temporal y en un elemento de irrealidad. (pág. 16).


La personalidad se realiza en muy diversos niveles, es esencial la posibilidad de incremento o descenso, tanto individual como socialmente. (pág. 26).

Los problemas de la persona se trasladan a las sociedades en la mayor parte de las cuestiones, como la despersonalización colectiva, la entrega a la maldad, a la locura. 



La persona tiene dos categorías fundamentales que se trasladan a las sociedades: La vitalidad como intensidad  y la autenticidad. Los dos soportes de la condición personal que permiten la plenitud de las posibilidades. La vitalidad social es la esperanza de las sociedades, lo que posibilita el futuro como empresa.


En su libro "Estructura social", escribe: "La estructura social está definida por su propio "argumento"; no es que, una vez existente, este argumento le sobrevenga, sino que consiste en él, y es tal estructura determinada porque su argumento es este y no otro."




Vidas mal planteadas

Hace muchos años, tantos que no puedo recordar cuándo, empleé por primera vez esa noción, "vidas mal planteadas", que me ha servido para entender muchas cosas. La vida humana es siempre insegura, azarosa, expuesta a mil contratiempos y fracasos; muchas trayectorias se interrumpen, se abandonan, se frustran, tal vez con violencia. Pero puede haber una dificultad de otro orden, que condiciona todo el decurso de una vida: si ésta, desde pronto, está "mal planteada", con un error inicial, casi siempre una dosis de inautenticidad, un engaño, es improbable que su desarrollo sea satisfactorio.
Se ha estudiado mil veces la anormalidad biológica; también la psíquica, y hay una disciplina de gran volumen dedicada a ello; pero hay otra anormalidad, la biográfica, todavía más grave y sobre la que se sabe muy poco. A ésta es a la que me refiero, y tiene un carácter original y que corresponde a su carácter personal, y esto quiere decir libre; por eso la anormalidad biográfica, a diferencia de las otras, es casi siempre "consentida".
Estos conceptos, que tienen validez inmediata en la vida individual, tienen una posible aplicación en la colectiva o social, que no es vida en el sentido estricto y riguroso de la de cada uno de nosotros, pero que no es otra cosa que "vida humana". Las comunidades, pueblos o lo que sean -sobre esto también falta claridad-, tienen distintos grados de normalidad o anormalidad, que habría que llamar social o, más bien, histórica, ya que no es permanente y puede tener variaciones decisivas según las épocas.
En la nuestra, la mayoría de los grandes problemas -y entre ellos nada menos que los totalitarismos y las dos guerras mundiales, proceden de estas anormalidades, de vidas colectivas "mal planteadas". Sobre eso se ha pensado muy poco, y no se ha tomado en serio lo que se ha conseguido.
Esa anormalidad se expresa casi siempre en una curiosa forma: el "descontento". Siempre he distinguido entre el que afecta a la situación -cómo le va a uno- y el que se refiere a la condición -lo que se es-. Éste es el verdaderamente grave, e introduce deformaciones que pueden ser permanentes. Hay pueblos o grupos sociales siempre descontentos, a lo largo de siglos, lo que hace pensar que están descontentos de sí mismos. Los hay que se consideran perpetuamente "oprimidos"; nadie está libre de una opresión ocasional, pero si ésta es constante, hace pensar en una inferioridad de quien la padece. Por eso, un rasgo de la anomalía biográfica, social o histórica es, en diversas formas, la "insaciabilidad", que no tiene límite, que nunca se apaga ni satisface.
¿Cómo comportarse ante ella? He formulado -y repetido- una norma que me parece necesaria: "No hay que intentar contentar a los que no se van a contentar". Observo con curiosidad que esta expresión no ha sido, que yo sepa, nunca repetida ni comentada, ni siquiera para contradecirla. Las políticas nacionales, y por supuesto la internacional, están llenas de ejemplos en que algunos se extenúan intentando contentar a quienes no se van a contentar en ningún caso, hágase lo que se haga. Son formas peligrosas de perder el tiempo.
¿Sólo el tiempo? Creo que no. Al aceptar los planteamientos que se hacen desde la anormalidad, se la reconoce y en cierto modo se participa en ella. Se produce un extraño "contagio", que ayuda a la difusión de la enfermedad. La falsedad no puede tomarse en serio. Basta con descubrirla, mostrarla, y no seguir adelante. Se dicen con frecuencia cosas manifiestamente falsas, incoherentes, contradictorias. No se puede "partir" de ellas, invalidar en su nombre largas series de evidencias que componen nuestras vidas, en las que están fundadas.
Lo que hay que hacer es lo que la medicina hace con las afecciones orgánicas: diagnosticarlas y buscar su origen, sus causas -dicho en griego, su etiología-. En la vida individual, los orígenes son múltiples, y suelen datar de la niñez o de la primera juventud. Si se trata de colectividades, el repertorio es más reducido y hay que indagar el origen histórico.
Cada día es más evidente que la historia es el gran instrumento de comprensión de lo humano. En España se ha creado el método adecuado: la "razón histórica". Pero hay que entender bien lo que esto significa.
Ante todo, qué es "razón". Cuando, en el otoño de 1945, recién terminada la Guerra Mundial, escribí un largo capítulo de mi "Introducción a la Filosofía" sobre la razón, traté de definirla; encontré una fórmula "provisional" que me pareció útil:"Aprehensión de la realidad en su conexión". Han pasado largos años -el libro ha cumplido medio siglo-; no he encontrado todavía fórmula mejor, y la sigo usando. La inteligencia es otra cosa; la tienen los animales, en grado muy alto el perro; pero no reaccionan a la realidad como tal y no descubren sus conexiones, que es lo que hace desde muy pronto el niño, aún en la fase en que es menos "inteligente" que algunos animales. El que "no tiene uso de razón", es que no la posee, pero, a diferencia del animal, la necesita, y por eso tienen que prestársela los adultos.
La razón histórica, como Ortega vio con perspicacia, no es la razón sin más "aplicada" a la historia, sino que "la historia es la que da razón"; se trata de la razón que es la historia. Y esto, precisamente esto, es lo que está en crisis en nuestra época. La ofensiva contra la razón es universal: no se buscan las conexiones, sino que se acumulan las llamadas "informaciones". Por eso el hombre actual está expuesto a convertirse en "un primitivo lleno de noticias".
Por lo general, esa anomalía es reciente, fácilmente identificable y datable. Habría que precisar cómo y por qué se ha producido, ha arraigado, se ha propagado en varias generaciones. No es fácil, pero es posible. Hay que usar los conceptos existentes en las disciplinas de humanidades, y no limitarse a instrumentos arcaicos. El equivalente sería pedir a los médicos que renunciaran a los recursos de que disponen y se contentaran con la ilustrísima medicina hipocrática, o con la del Renacimiento, o acaso con la anterior a la asepsia, la anestesia, los antibióticos y el descubrimiento de los virus.
Estos, los biológicos y los biográficos, a veces "prenden" y son muy difíciles de superar. Lo único claro es que ante todo hay que conocerlos, averiguar su origen, enfrentarse con sus causas. Frente a las vidas mal planteadas, es exigible algo muy sencillo: hacer lo que se puede.

Julián Marías  ABC , 21 agosto 1997






En la memorias "Una vida presente", en su tomo 3, página 324, habla Julián Marías de la génesis de su interpretación de España:


 " La sustancia última de esa visión de España a lo largo de su historia, hasta llegar al presente y asomarse a su porvenir, consiste en una interpretción de ella como una realidad personal.


Partía del hecho de que la "preocupación de España" cruza toda nuestra literatura, mientras  que en otros países la actitud análoga es infrecuente, excepcional, y aparece en contadas ocasiones. Se suele interpretar esto como una "anormalidad", una dolencia nacional, a diferencia de otros pueblos "sanos" de Europa. Yo aventuraba una inerpretación distinta: "El hombre es la única realidad que consiste en interpretación de sí misma. No es que pueda haber una teoría sobre la vida humana, sino que esta no es posible más que cuando se entiende e interpreta como tal vida; esta teoría no se añade a la vida, sino que es uno de sus ingredientes, de sus requisitos esenciales, por eso lo llamo hace más de treinta años teoría intrínseca. Pues bien , si esto es propio de la vida humana individual, de la de cada uno de nosotros, ¿no lo será también de la vida colectiva, de la de cada sociedad? Esa pertinaz reflexión de los españoles sobre su propia realidad, ese afán de poner en claro qué es España, en que consiste, cual es su destino, esa actiud que parece una morbosa obsesión, obstáculo para una historia normal, ¿no podría resultar el carácter especificamente humano de esa sociedad que llamamos España? ¿No será que uestra vida colectiva no ha perdido enteramente los atributos de la vida en sentido riguroso, la de cada cual?"


Partiendo de ahí , lo que hice en este libro fue no quedarme en mera preocupación, inquietud o zozobra, sino buscar la clve de la realidad española en ella misma, en sus proyectos, vacilaciones, errores, logros, en sus diversas trayectorias; en suma hacer que España misma mostrara su razón histórica, del mismo modo que la vida da razón vital de sí misma y así -solo así- resulta inteligible.


Este libro solo pudo escribirse desde una larga intimidad con España y su historia, y esto a su vez no era posible más que patiendo del fondo de intimidad personal, de la manera dramática como la realidad española me había pasado y me estaba pasando  biográficamente. Y una cierta intimidad con América permitió que este libro, desde fines del siglo XV en adelante, intentase ser igualmente una "razón histórica de las Españas". Creo que esto explica la consistencia  propia de este libro, su invitación a una múltiple intimidad, y es la razón  de que se parezca muy poco al resto de la inmensa bibliografía sobre esta cuestión".



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Proyectos sugestivos


Se ha discutido interminablemente, sobre todo desde el siglo pasado, acerca de qué es una nación, en qué consiste, qué define a cada una de ellas. Se ha hablado del territorio, la raza, la lengua, la religión. Un breve examen de la realidad muestra la insuficiencia de esos criterios, que cifran la existencia de una nación en lo que son "recursos" o ingredientes de una comunidad nacional, que pueden faltar y cuya presencia es insuficiente. Un rasgo común de esas ideas es que se refieren a elementos que pueden encontrarse, que acaso refuerzan la personalidad colectiva, pero que dejan fuera lo que tiene de más propio, es decir, lo rigurosamente personal, lo que, por serlo, tiene carácter dramático.
Lo más próximo a esto, propuesto algunas veces con mayor acierto, es la historia común. En efecto, lo que una sociedad ha hecho y le ha pasado es un vínculo estrictamente humano, capaz de dar coherencia personal. Pero se refiere al pasado, y eso no basta; puede ser el "terminus a quo", del cual se parte, en el cual se puede uno apoyar, pero esto no basta. Por otra parte, es menester precisar los límites y el alcance de esa historia, cuál ha sido el verdadero sujeto de ella. Tal vez se atribuye a una parte de una realidad más amplia, que ha sido el verdadero sujeto, y no sus diversas partes; o, a la inversa, se atribuye unidad y sustantividad a lo que no la ha alcanzado hasta que se ha realizado esa historia.
La vida humana no se puede reducir al pasado, ni individual ni colectivamente; es siempre innovación, anticipación, deseo, proyecto. Ortega tuvo la profunda visión, hace casi setenta años, de mirar hacia el futuro; una nación, pensaba, es "un proyecto sugestivo de vida en común". De su existencia depende la cohesión de las sociedades densas, saturadas, en las cuales se puede estar instalado, desde las que se puede imaginar e intentar realizar la propia vida dentro de una forma común, lo que podemos llamar un estilo.
Tiene que ser un verdadero proyecto; y además, no lo olvidemos, atractivo, capaz de ilusionar, acaso de entusiasmar, de movilizar los deseos y las voluntades individuales. Si no lo es, la coherencia decae, se inicia un proceso de apatía que lleva a la disgregación. "O sube o baja", tal era el emblema de Estado en Saavedra Fajardo.
No hace mucho di un largo curso sobre "Las formas de Europa"; en él traté de determinar cuál había sido el estilo, el modelo vital, el proyecto de las naciones europeas que han tenido más fuerte personalidad, que habían sido los modos ejemplares de realización del hombre europeo. Con rivalidad -en los mejores tiempos, fraterna- que ha sido el motor de la perfección de Europa. Me sorprende e inquieta la casi total ausencia de esa actitud en la actualidad. Se avanza hacia una comunidad europea, primariamente administrativa y económica, pero con escasa admiración mutua, sin esa disputa por la ejemplaridad que, cuando se ha mantenido en términos moderados y civilizados, ha sido lo más vivaz y fecundo de nuestro continente. Los países europeos no luchan, disputan poco, pero se conocen mal y, sobre todo, ninguno de ellos intenta ser "el mejor".
La causa de ello es la escasa tensión proyectiva. Se tiene conciencia de que los mayores desastres europeos, las dos últimas guerras mundiales, sobre todo la segunda, se han debido primordialmente a los nacionalismos. Parece peligroso, casi una falta de educación, la afirmación de una peculiaridad, de un estilo propio de cada comunidad humana. La heterogeneidad parece pecado imperdonable. No se advierte que el nacionalismo es, literalmente, una enfermedad, la inflamación patológica de la condición nacional; por eso tiende a ser exclusivista y agresivo. Es decir, lo contrario de lo que veo como una orquesta en que cada instrumento tiene su propia voz al servicio de una partitura, es decir, precisamente de un proyecto.
Y éste tiene que ser atractivo, con capacidad de movilizar a los individuos hacia algo que les parece tentador, valioso, que "vale la pena". Ésta es la clave de la porción más amplia e interesante de la historia y, claro es, de un porvenir en que se pueda tener esperanza. Si miramos al pretérito se puede ver cómo cada uno de esos estilos humanos se ha afianzado, enriquecido y depurado, o por el contrario se ha marchitado y decaído. Algunos pueblos han permanecido fieles a su vocación, otros la han confundido o traicionado. Plenitudes y decadencias han dependido en parte esencial de lo que ha acontecido a esos proyectos. Lo que llamo "errores históricos" son justamente las infidelidades al proyecto verdadero, independientes de los azares exteriores que se pueden considerar como la buena o mala suerte.
Inesperadamente nos encontramos con que se trata primariamente de una cuestión de imaginación. Hace falta una enérgica dosis de ella para que se inventen esos proyectos, que pueden irradiar sobre innumerables hombres y mujeres, en dos formas diversas. Pero no hay que confundir la imaginación con el desvarío, que ha llevado a los mayores desastres y puede provocar otros. La imaginación es uno de los ingredientes de la razón concreta, no digamos de la razón histórica, y razón es la aprehensión de la realidad en su conexión.
Esto implica que el punto de partida tiene que ser la realidad, a la que hay que respetar escrupulosamente, no inventarla ni falsificarla. "Se miente más de la cuenta / por falta de fantasía; también la verdad se inventa", escribía Antonio Machado. Se inventa en el sentido etimológico de la palabra, se la descubre, lo que exige la máxima fidelidad, el mayor respeto.
Las grandes naciones han nacido de un proceso de imaginación creadora, proyectiva, ilusionante, hecha de amor a la realidad. Temo que no estemos en la mejor sazón desde este punto de vista. Se oscila entre la voluntad de homogeneidad, la sujeción a normas y reglamentos, con disminución de la espontaneidad y la libertad, y la ficción arbitraria y mecánica de diferencias inexistentes y secundarias, afirmadas mecánicamente y sin el menor carácter proyectivo. Inténtese descubrir en qué consiste el "proyecto sugestivo" de vida de las naciones que constituyen Europa; no digamos de aquellas porciones de ellas que, renunciando a su propia y admirable realidad, adoptan seudomorfosis de evidente esterilidad; o, todavía más, aquellos fragmentos de suelo europeo que no han alcanzado ni siquiera la participación en una verdadera realidad nacional, y que suplen con violencia y hostilidad la ausencia de una forma que les es ajena y a la cual sacrifican la que les pertenece.
Urge un despertar de la imaginación creadora, cuya misión es dilatar y potenciar la realidad, no suplantarla o deprimirla.

Julián Marías, ABC 23 octubre 1997



El argumento

La vida humana tiene argumento, porque es una realidad dramática, y por eso se puede contar. Nada humano se entiende más que contando una historia. El diccionario da una "definición" de un objeto matemático; una "descripción", de una cosa real, una planta o un animal; de un nombre propio humano, una "biografía", un relato.
En la vida colectiva sucede lo mismo que en la individual, aunque en otra forma. Ha habido una época, por fortuna ya pasada salvo para algunas mentes arcaicas, en que se hacía una historia con datos, hechos, estadísticas, sin narración ni nombres propios. A lo sumo, materiales para una historia que no se hacía.
Los países tienen argumento; consisten en proyectos, que por supuesto van variando, porque son estructuras dramáticas, orientadas hacia el porvenir, que es lo que los atrae, los orienta, los constituye como realidades vivas. El pasado es decisivo porque es el punto de partida necesario, aquello de donde se viene, en que se puede apoyar el impulso hacia el futuro, el mínimo de seguridad que requiere la vida. Es lo que permite la continuidad, que es lo contrario del "continuismo": la necesidad de continuar, de seguir hacia adelante.
Un pasado largo y coherente, que se ha ido acumulando durante siglos, acaso milenios, es la mayor riqueza de la vida colectiva, lo que da consistencia y espesor a un pueblo. Esto se olvida con frecuencia, y no se "distingue" de países, englobados en una rúbrica común. No se trata de desestimar a los más recientes o fragmentarios, sino de ponerlos en el lugar que corresponde a lo que son. Nunca me cansaré de repetir que la realidad es lo más respetable de este mundo. Decía Ranke que todas las épocas están a la misma distancia de Dios; podría decirse algo semejante de los países, pero no constituyen una masa amorfa, sino que se diversifican por sus argumentos, y por ese mayor argumento que ha tratado de descubrir la historia universal. El acierto de esta empresa ha sido muy desigual, y con frecuencia escaso, porque los métodos han solido ser deficientes, precisamente por no haber tenido presente esa condición argumental.
Es lo que echo de menos en el mundo actual, en todas las organizaciones internacionales. Cada vez que hay una reunión de gobernantes y expertos, busco alguna huella de esta preocupación que sería la condición de una posible eficacia. Se manejan hechos, datos, estadísticas. Todo eso es importante: son los "recursos" de que se puede disponer o que se necesitan. ¿Para qué? Para los "proyectos". De esto no se habla, apenas se piensa en ellos; y son, deberían ser, la única justificación de lo demás.
Esto se aplica a la vida de cada uno de los países, a la ordenación de la vida colectiva. Creo que en ello influye la presencia de esos conjuntos internacionales y el uso del confuso concepto de "globalización", válido si se quiere decir que todo el mundo está en presencia y hay que contar con él, falso si se lo entiende como la existencia de un mundo "uno", ocultando el hecho de que hay varios, profundamente distintos y no demasiado inteligibles.
Hay una angustiosa escasez de proyectos. Muy escasos países tienen un argumento expreso, claro, entendido y compartido por los individuos. Tengo una experiencia bastante larga, y se puede comprobar el descenso de la visión argumental en lugares en los que hace medio siglo era mucho mayor. Escribí dos libros sobre los Estados Unidos: "Los Estados Unidos en escorzo" y "Análisis de los Estados Unidos". El primero, en los años iniciales del decenio de 1950; el segundo, en 1968. Fueron publicados juntos en inglés con el título "América in the Fifties and Sixties".
Casi todo lo dicho en el más antiguo seguía siendo válido después, pero había cosas nuevas, y la más saliente era una vacilación respecto al argumento del país y sus posibles trayectorias. En 1968 escribí "Israel: una resurrección". Lancé una mirada sobre lo que podría ser el nuevo país, sobre la diferencia entre los judíos como fermento en países ajenos y lo que tendría que ser un "país judío". Creo que los cambios argumentales desde entonces son evidentes.
Si aplicamos este punto de vista a la actualidad, en cualquier país, si consideramos el panorama político de este fin de siglo, salta a la vista la crisis de los argumentos. Se habla de recursos; se atiende, con razón, a los aspectos económicos, porque en ellos se sustenta la vida y proporcionan las posibilidades; pero con ello no se ha hecho más que empezar. Es curiosa la falta de atención a esa dimensión importante y necesaria: son muchos los que no aprecian el éxito económico, los que miran con buenos ojos los métodos o equipos que han llevado al fracaso, a la escasez, a las dificultades. Parece absurdo e injusto, pero es explicable, sobre todo si se usa eso que es ahora absolutamente posible: la manipulación de las sociedades por la propaganda, sea el deporte, unos funerales o hasta un eclipse.
El fondo de la cuestión es que la política no se puede limitar a los recursos, sino que, partiendo de ellos, tiene que indagar los argumentos. Es lo único en que "consiste" la vida de una persona o la historia de un país. Es lo único que puede ilusionar de manera positiva.
Y digo esto porque hay otra posibilidad de movilización de multitudes; la fanatización, el negativismo, la voluntad de destrucción. Hay grupos humanos, que pueden ser enormes, definidos por la voluntad de destruir algo. Se caracterizan por la ausencia de todo proyecto o argumento; lo que ocupa su lugar es la actitud de estar "en contra". Y si se mira bien, se encuentra que lo que más suscita la hostilidad es los proyectos, el confiar en que la vida puede tener argumento, no digamos si este es atractivo.
Este es el meollo de la cuestión. A veces, los que en principio tienen una visión argumental de la realidad apenas lo ven, no se atreven a decirlo, no tienen la capacidad de comprender en qué consiste -quiero decir, va consistiendo- el argumento del país de que se trata. Se produce un contagio de la actitud negativa, despersonalizadora, invade una extraña atonía para lo que podría ser eficaz.
Esta es una situación casi universal, factor decisivo de esa incipiente decadencia que me parece aterradora y que todavía confío en que sea evitable. Pero se ha dicho, con razón: mal de muchos, consuelo de tontos.
Cada país tiene que auscultar su realidad, descubrir su argumento, oculto por una espesa capa de olvidos, falsificaciones, lugares comunes, negación del carácter humano del hombre. Partes considerables de la humanidad están dedicadas a esta siniestra empresa, con resultados excelentes en muchos países y durante largos periodos.
Y ese argumento, el de cada sociedad efectiva, en su integridad y complejidad, tiene que ser expresado, mostrado, con talento y belleza, de manera que se pueda encender en las personas el deseo, el afán, la decisión de realizarlo y tratar de ser lo que en el fondo, y casi sin saberlo, pretenden ser.

Julián Marías, ABC 20 agosto 1999.


Proyectos: Diversos artículos de Julián Marías sobre las

posibilidades españolas y su realización.

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