martes, 5 de agosto de 2025

El nacimiento de una vocación (Un país de navegantes)

 


La Revista General de la Marina editó un número, en el año 1989, para adelantarse a la  conmemoración del Descubrimiento de América. Es en agosto-septiembre de 1989, cuando la revista incluyó un artículo de Julián Marías con el título del encabezamiento de este apartado.

La vocación es parte fundamental de la condición personal, de su autenticidad. En los pueblos, esa vocación va construyéndose a lo largo del tiempo, a medida que se recorren nuevos caminos, que la circunstancia histórica obliga como necesarios. En nuestro caso es la vocación marinera de España, que despierta y se enseñorea de la nación, hasta hacerla consustancial con su realidad.


Este escrito de Julián Marías muestra el camino recorrido por esta vocación:


EL NACIMIENTO DE UNA VOCACIÓN


(Un país de navegantes)

Julián MARÍAS


De la Real Academia Española


UNO de los hechos más sorprendentes de la historia, y en general menos explicado, es la existencia de lo que se puede llamar «puntos de inflexión», en que un pueblo cambia de orientación e inicia una trayectoria nueva, que puede ser permanente o transitoria. En mi libro "España inteligible" he hecho uso de este concepto para comprender nuestra historia, y creo que de este modo se aclaran bastantes cosas que se han resistido tenazmente a ser entendidas. Y si se piensa en otros países, se da uno cuenta de que la aparente claridad de sus historias depende principalmente de que no se exige demasiada inteligibilidad.


A fines del siglo xv se produce una variación española de largas y enormes consecuencias: España, y muy concretamente el reino de Castilla, se convierte en un país de navegantes. Nunca lo había sido. Siempre habían existido barcos y se había navegado, en misiones mercantiles o militares. En la Edad Media se desarrolla la Marina considerablemente, en el Mediterráneo y en el Atlántico; la Corona de Aragón la usa ampliamente, por supuesto en la reconquista de las Baleares y luego en la expansión mediterránea y en las expediciones a Grecia, de inspiración primariamente catalana; la Corona de Castilla desarrolla la Marina en el Cantábrico y en Andalucía, y tiene gran importancia en la reconquista de Sevilla por Fernando III; en ambos reinos hay una considerable actividad comercial. La conquista y anexión de las islas Canarias aumenta el alcance de la Marina castellana. Pero todo esto no significa que los españoles fuesen navegantes.


Esto acontece, como extraordinaria innovación, en los últimos años del siglo XV; conduce al descubrimiento de América, a su exploración por mar y tierra, rápidamente y en múltiples direcciones, al descubrimiento del Pacífico, a su alcance por el Sur del continente americano, a la exploración amplísima de este océano, a la primera circunnavegación, iniciada por Magallanes y cumplida por Elcano en 1522, a los treinta años justos del descubrimiento de América, cincuenta y ocho años antes de que Drake diera la segunda vuelta al mundo. Desde ese tiempo, y no antes, España es el país navegante por excelencia, en la cercana vecindad de Portugal, seguido por Inglaterra y a mucha distancia en tiempo y cuantía por otros países europeos.


¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo se explica esta mutación histórica, el comienzo de esa trayectoria nunca antes ensayada? Hay un precioso texto de Pedro Mártir de Anghiera (o de Anglería), con el que tropecé hace un par de años y que me pareció revelador. Siempre se ha hablado y no sin motivo de la resistencia de los españoles a las innovaciones, de su apego al pasado, de su <<<misoneísmo>> u hostilidad a lo nuevo, del dicho «novedad, no verdad». Pues bien, Pedro Mártir dice: «Va a ir Ayllón, y le seguirán, porque esta nación española es tan amante de cosas nuevas, que a cualquier parte que sólo por señas o con un silbido se la llame para algo que ocurra, de seguida se dispone a ir volando; deja lo seguro por esperanza de más altos grados para ir en pos de lo incierto...».


Este maravilloso párrafo es una descripción de lo que España fue: un país innovador, que acudía a lo nuevo «por señas o con un silbido», que dejaba lo seguro para perseguir lo incierto. Por eso he podido decir en el libro citado que España fue el catalizador de la modernización de Europa; por eso no se limitó a navegar para satisfacer necesidades mercantiles o militares sino que nació en ella una nueva vocación marinera que la convirtió en el país más navegante de Europa y esto quería decir entonces de todo el mundo.


Pedro Mártir se refiere a Lucas Vázquez de Ayllón, oidor de la Audiencia de La Española o Santo Domingo, que emprendió fabulosas exploraciones que lo llevaron desde las Antillas hasta las costas de lo que hoy son los Estados Unidos; y todo esto en el tercer decenio del siglo XVI, hasta su muerte en 1526. Probablemente una de las figuras con más imaginación entre los navegantes de su tiempo.


Yo creo que ese cambio histórico, esa nueva trayectoria de Castilla - la de Castilla que era ya y se sentía plenamente «española, sin particularismo-, fue el resultado de dos factores combinados: la persistencia de lo que había sido durante toda la Edad Media el proyecto de España, su identificación con el cristianismo, la consideración de que la dominación musulmana era un <<<contratiempo» inaceptable y pasajero, combinada con el impulso hacia la novedad y la aventura propio del Renacimiento. Por esto el motor primario del descubrimiento de América fue la evangelización de los desconocidos pueblos de las Indias - preparada ya, desde antes de que zarpase Colón para su primer viaje, con la publicación de la Gramática castellana de Antonio de Nebrija, destinada a que los habitantes de las tierras aún no descubiertas aprendiesen nuestra lengua, y pudiesen recibir la doctrina cristiana. A ello acompañaba el espíritu de aventura, el afán de correr peligros y realizar grandes hazañas, la esperanza incierta de ganar alguna riqueza, tal vez para justi-ficar ante los propios ojos aquella gran locura en que iban a dejar probablemente la piel, en un naufragio, en los desiertos, en las sierras o en los ríos, o bajo las flechas o las mazas de los indios.


Y era esencial el afán de ver cosas nuevas, de descubrir mundos desconocidos. Se ha prestado más atención a la conquista o al «descubrimiento>> -en singular- que a «los descubrimientos», quiero decir a las innumerables navegaciones que se suceden durante todo el siglo XVI y gran parte del XVII, por el estrecho de Magallanes y las costas occidentales de América, en busca de islas del Pacífico, recorriendo enormes distancias en un mundo incógnito y casi vacío, hasta volver rodeando el continente africano.


Y esto ¿hasta cuándo? Da la impresión de que los españoles tienen una <<época de los descubrimientos» que termina pronto, que es como una llamarada de entusiasmo que se apaga. No es así, y he recordado que durante casi todo el siglo XVII prosigue la exploración del Pacífico; lo que pasa es que casi todo estaba ya descubierto. En brevísimo plazo los españoles están en todas partes de América. En el Norte, ingleses y franceses penetran lentamente en territorios muy reducidos, en la costa Este - lo que se llama Midwest está en la mitad oriental de los Estados Unidos-; la gran mayoría de este país se explora mucho después de la independencia, en el siglo XIX; cuando se constituyen los Estados Unidos, los trece iniciales son mucho más pequeños que las porciones exploradas y colonizadas por España, desde la Florida hasta el Suroeste.


La exploración de los navegantes españoles disminuye porque en enorme proporción estaba ya hecha. Y todavía en el siglo XVIII, conviene no olvidarlo, prosigue la exploración de los marinos españoles por la costa occidental del Norte, del Canadá y hasta Alaska, todo ello lleno de nombres españoles, que se van olvidando, como el de Francisco de Bodega y Cuadra - Vancouver y Cuadra fue el nombre de lo que hoy se llama sólo Vancouver.


Pero quizá hay algo más, de carácter negativo. El que mucho estuviera ya hecho no explica del todo la gran disminución de esa vocación nacida en la frontera de la Edad Media con el Renacimiento. No hay duda de que invadió a España cierta decepción ante la incomprensión de Europa, incluso de los que parecían más perspicaces. España cometió el error de replegarse sobre sí misma en los últimos decenios del siglo XVII. Y cuando en el XVIII volvió a una época de salud histórica, de prosperidad y equilibrio, se aplicó sobre todo a poner la casa en orden, aceptó un modelo de utilitarismo y buena administración, redujo sus pretensiones, con una modestia que fue eficaz pero que acaso le hizo perder una dosis de lirismo que cada vez me parece más necesaria en la vida individual y en la de los países.

No se olvide que después de la declinación de la Marina en el siglo XVII, en el reinado de Carlos II, tuvo enorme impulso, ya desde Felipe V, pero sobre todo en los reinados de Fernando VI y Carlos III; pero todo ello se entendió primariamente como un servicio: para asegurar la comunicación con América y mantener unida la monarquía en los dos hemisferios; para defender América de los ataques ingleses; para luchar contra la piratería musulmana en el Mediterráneo, y por supuesto para un comercio próspero e intenso a través del Atlántico y para mantener las Filipinas, tan remotas, tan costosas, pero que permanecieron siendo parte de la Monarquía española y hasta hoy son un país cristiano, el único de Asia.


La trayectoria iniciada a fines del xv perdió mucho del espíritu de aventura y se debilitó; en Trafalgar, en 1805 (no en las costas de Inglaterra en 1588) se produjo la decadencia de la Armada española; no se ha podido decir que España haya sido en los últimos siglos un país de navegantes; pero lo ha sido durante largo tiempo, y ha sido uno de los factores decisivos de su constitución nacional. Y el pasado perdura dentro de nosotros, somos herederos de lo que hemos sido; es decir, si no lo olvidamos, lo seguimos siendo.













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